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miércoles, 29 de mayo de 2013

TERESA

Saliste de una crisálida
en un palacio de nácar;
en una cuna de cristal dormías
y aprendiste a deslizarte sobre el blanco del mármol.

Creciste entre nubes de algodones,
y esa mirada verde que todo lo llena,
orgullo de ángeles custodios
porque con ellos jugabas.

Del aire vienes, del murmullo de un río,
siempre era de día para el que creía en ti,
la noche, si puede ser, que sea mágica,
llena de interludios y gestos obvios.

El sol se puso, mujer te hizo,
los suspiros y los murmullos paseaban de la mano,
por cada pisada tuya, o cada pestañeo,
con cada paso, levitaban
los sentimientos de los hombres.

Teresa, belleza, sublimidad,
sencillez, honradez y piel de miel.
Tengo el corazón del revés en mi triste penar
adicto a la pulpa de tus labios.

Que nada borre tu nombre,
ni haga llorar llorar tus ojos glaucos,
que sólo el amor impere tu vida
como el que tú ofreces a los demás.

Porque qué bellas son las alboreas
cuando conmigo estás,
no hay penar en el paraíso
aunque, tímido, te coja la mano.

Teresa, nombre de lavanda,
espolvoreas los días de luz infinita,
oigo contigo el trinar de los nidos
que llaman dolientes a la madre,
de hambre, de cariño y arrullo,
igual que yo, Teresa. Igual que yo.


Guillem de Senent. Todos los derechos reservados. 29/05/2013


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